Personajes que repiten un número cada vez que el texto se lo permite. Eso
dispara toda la furia. Ganas de hablar
con el cuerpo y decir con palabras sólo lo posible.
Preterición, una obra sentida por quien escribe y actuada
desde el sentimiento por sus personajes. El
acento latinoamericano asoma problemas en común.
La tensión se siente desde la entrada, pues la obra te obliga a dejar un zapato en la
puerta y así te lanza sin remordimiento en el interior del conflicto. Ya dentro
los roles se intercambian, vas a vuelves del palco a la escena.
Todo una experiencia, todo ello sensaciones.
El sentirte observado; uno no va al teatro para que lo vean, y ese personaje me
busca y me busca la mirada, quiere que el mensaje llegue de forma directa. Otro
me respira muy cerca de la oreja izquierda mientras uso la derecha para oír el
relato más duro y doloroso que puede salir de la boca de un colombiano: la
desmovilización, las minas, el conflicto armado. El sarcasmo y el
embrutecimiento por deporte de una sociedad que prefiere no hablar de eso, hacerse
la vista gorda. La presión de unos cuerpos que quisieran gritar pero prefieren
chocarse unos contra otros para no sentirse tan solos. El metamensaje, lo no
dicho, la intertextualidad. La repetición, sin que ello produzca ningún cambio.
El silencio que sí lo hace.
El momento sublime de un personaje haciendo
explotar burbujas con su cuerpo e invitándome con perspicacia a la libre
interpretación. De qué otra forma podremos hacerlo si ya a esa altura queremos
gritar para sacar del pecho ese número maldito que describe la peor desgracia
que ha vivido el pueblo colombiano en su contemporaneidad.
En un momento pensé que todos los que estaban
en la sala eran actores menos yo, y me sentí con la responsabilidad de tener
que actuar. Parecía que las personas de la sala podrían afectarse en
cualquier momento. Recordé esa frase que me dijo María Alché: hay escenas que
no se actúan. Por eso me deje estar. Eso nunca me había pasado siendo espectador.
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